Se nos marchó la primera vuelta.
Pasó, espiró, se sufrió, dejó heridas
que debemos curar, recuperar, sanar…
Olvidar que en la península gritábamos
mientras en la soleada Tenerife
las horas eran menos, como las fuerzas,
y los minutos de más poco bueno deparaban.
Fuenlabrada, una victoria menos en Canarias.
Con un ojo puesto en Madrid,
controlando al Estudiantes,
estaba media ciudad apretando los puños
conteniendo el aliento, insuflando fuerza en la distancia
al equipo, liderado por el mariscal Popovic,
secundado por el buen hacer de Kravtsov
y la energía del siempre voluntarioso Kemp.
Celebrábamos la vuelta de Eyenga,
nos pesaba en el ánimo la falta de O’Leary
pero todo lo tapaba un parcial de garra y fuerza
al borde del descanso para doblegar al gigante.
No bastó. Pero ahí estábamos, dando guerra,
haciendo frente, como el Titán de la Grecia Clásica.
Todo fue un espejismo, un oasis de magia,
un sueño que ya hemos vivido
y del que despertar fue duro, decepcionante, amargo
contemplando cómo los nuestros caían
en una segunda entrega destartalada.
No fuimos más que una copia, una farsa
de nosotros mismos, naipes fuera de la baraja,
que tiraba siempre abajo Beirán, siempre Beirán,
cuando de ir a jugar a Canarias se trata.
Pero no nos engañemos, ni Iverson, ni Brussino,
ni Abromaitis, ni siquiera Bassas
al mando del entente de Vidorreta,
ni un pero a su oficio como director de esta batalla,
tienen que ver con el sino de los nuestros
con un tercer cuarto al que, faltándole tres minutos,
solo pudimos hacerle una canasta.
¿Desfallecimos? ¿Nos fuimos? ¿No salimos?
Quizá ganar era una empresa muy grande
una cima demasiado alta
un empeño imposible con poco premio.
¿Seguro?
Yo a mi equipo le he visto realizar proezas,
conseguir logros en los que nadie creía
por los que pocos luchaban. Levantarse
y dar la cara siempre como humildes espartanos
de las tierras del sur madrileño
enarbolando imposibles como seña y por bandera.
He visto sangrar en la pista, hacerle cara a cualquiera.
He visto llevar el escudo con orgullo año tras año
cancha por cancha en Europa,
también por España entera.
No hay cosa que reprochar si la entrega está presente.
Nada de tregua dejamos para el perfil indolente,
nosotros siempre peleamos, jamás nos rendimos
¡Nunca!
Al terminar el domingo, amargo sabor a derrota,
no solo porque perdimos
ni por el gusto metálico que se percibe en la boca
sino por sentir perdida la identidad
de un equipo… de una historia… de la Copa.
Y de ver cerca el abismo de un descenso
que, lo siento queridos míos,
pero este año no toca. |